PICHI EPEW: LA CAÑA DE TEOBALDO

TRAPI EPEW: TEOBALDO Y SU CAÑA MALA.
Por Javier Milanca Olivares
Pica el trapi al entrar en la
Pichanga. Ají Chileno dice su etiqueta. Cae a punto como lava desde su
continente plástico sobre la torre de papas fritas hirvientes, sobre los codos
de longanizas y embutidos de todas layas. Cae el ají chileno entonces sobre las
cebollas negras bañadas en aceite reusado de motor sucio, sobre un par de
rodajas de pepino, testigos de la escena, en donde los quesos se derriten
cristalinos en arrebol de mantecas. Pichanga se llama esa Babel de sabores que
se unifican al lenguaje del ají chileno, bien picante y suculento latiendo
dentro de un envase plástico y que para hacerlo salir se debe agitar y apretar
como si fuera el corazón de un jabalí recién muerto. Suena la música de un
Wurlitzer que sólo la garzona sabe echar a andar con feroces y graciosos
puntapiés a pesar de sus sandalias.
Suenan Los Reales del Valle, R15 dicen que se llamaba un potro que montaba un
tal Javier. Teobaldo Melipulli escucha ensimismado, es uno más de los obreros
solos que espantan su resaca bebiendo cervezas de litro buscando la
resurrección, curándose de la llamada “Caña Mala”, esa penitencia que se sana
con los mismos artificios que la provocaron. Se mata todo el resto de vacío
entonces, pidiendo pichangas febriles refritadas en aceites toscos, ojalá
bien picantes porque Teobaldo Melipulli
es de familia que tostaba merken y esos indios solían echarle merken hasta a la
leche, decían los vecinos mal hablados, por eso cualquier ají no lo resiente.
Entonces Teobaldo escucha- bebe- come- tiembla y aparece una sobrina lejana diciéndole
que su mamá quiere que se vaya a su casa, en eso un tío viejo le pide que por
favor ya está bueno y se vaya a su casa. Un amigo de infancia aparece de
sorpresa y le ruega que se vaya a dormir, pero él sigue enredado en las
rancheras, en la pilsen fría y amarga, en el suculento festín de una Pichanga
bañada de un ají chileno que se escurre como sangre de balazo entre las
baldosas de papas grasientas. Teobaldo sólo desea dormir y beber a pesar de las
voces que le piden, que le hablan y lo increpan que vuelva a su casa, que su
madre lo llama, que su mamita lo necesita. Pero él quiere seguir ahí borracho,
dándole batalla a su festín, bajándole el moño a esa Pichanga, y es Teobaldo y
no Gabino Barrera el que no entiende de razones como suena desde el parlante. Entonces
se acumulan gentes y voces que ruegan y preguntan, que exigen y gritan hasta
que en horas de cansancio llega la policía y un fiscal a levantar su cuerpo
inerte que todavía empuña el recipiente de ají chileno en sus manos como si
allí se sujetara la existencia o alguna remota esperanza. Teobaldo entonces,
pasó desde borrachera a muerte como si no hubiera abismos, al final la vida y
la caña mala no son más que el purgatorio sediento entre dos borracheras.
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