ALGUNOS RELATOS




LAS ELLOS.




(Kiltros, Pentagrama Editores, 2010)

“Ser mujer ya es una transgresión”

Carolina de la Fuente

Lleva en su boca un pétalo convertido en sangre. Los borrachos de la esquina le dan un trago a cuello de botella y ella se lo toma. Aguanta sin pretextos que un borrachín le manosee los pechos, total por ahí no siente nada, es su cuello el origen de las tempestades, pero los brutos no lo saben. Ninguno lo supo nunca. Sólo la otra. En la boca, el capullo que lleva puesto, se le acidifica mezcla de sangre y ron puro. En los ojos tiene clavado un grito de espanto. Sus zapatitos de tacón le cuelgan de las manos. Siente los pies fríos, llenos de barro. Está borracha otra vez. Sería mejor que la otra no hubiera vivido, que nunca la hubiera tocado por atrás. En la boca saborea otra vez el fruto. No quiere tragárselo. Los borrachos, le gritan algo que no escucha, pero que descifra. Ella les saca la madre por joder, no por insultar. Le piden que vuelva. Se hace la sorda. Aunque no quiera, piensa en que hay tanto cartón por recoger.

De nuevo asqueada por su borrachera, su propio hipo le da vómitos, convulsa como si fuera a parir. Le gustaría que la otra no existiera, sería más fácil vivir si la otra no viviera y la tomara por detrás, susurrándole al cuello palabras de puta vieja. En la boca se revuelve un capullo que ella voltea y voltea con una lengua ágil. Sabe a la otra. Se sienta en la vereda con las piernas abiertas, justo como su madre le enseñó que no lo hiciera. No sabe si escupir o vomitar, ambos caminos le llevarán a botar de su boca el último rescoldo de la otra. La embriaguez va y viene. Piensa en los borrachos, debería haber tomado más. Recuerda borrosamente, no como ella, sino como si se estuviera viendo en la tele, agazapadas, las dos detrás del mostrador, besándose, buscándose lo que no tienen pero que tampoco ansían. La otra es sabia, a ratos tiene bigotes, a ratos manos grandes. Ella busca donde conoce, increpa con angustia desaforada los vellos, palpa con sus dientes el clítoris duro de la otra y lo masca, lo muerde como un gajo de guinda, lo sostiene al arbitrio desesperado de sus ganas, ataca la raíz y muerde con hambre, con rabia. Arranca de cuajo la perla roja tras un grito aterrador y ella huye sin soltar el pistilo salado que flota en su paladar. Se encuentra con los borrachos de la esquina y bebe ron puro, siente que la tocan pero no le importa. Recuerda que la otra la llamó, que le ofreció trago y susurros al cuello, siempre lo hacía. Ven mi india le decía, ven a lo que te gusta…..Ya no la llamará más. No quiere ponerse los zapatos. No sabe cómo acabará todo. Los borrachos la llaman a señas. Le hacen de lejos gestos grotescos de “mete y saca”. Suspira porque se le va la borrachera. No quiere. Se incorpora tambaleando y escupe con fuerza. Un grano sangriento vuela por el aire y se pierde en el barro. Camina hacia donde los borrachos y que ellos decidan como terminará la noche.


ULISES Y OCTUBRE.

(Kiltros, Pentagrama Editores, 2010)


“Que te lo digo por tu bien

Torres más altas cayeron….”.

Camarón de la Isla



El funcionario secó con una toalla el húmedo teclado del computador. Siempre le transpiraron las manos de forma tan irritante que nunca pudo saludar ni dar palmadas en la espalda sin sentir recelo contra sí mismo.

El último correo electrónico era por fin auspicioso, pronto le llegaría el certificado que ratificaba, sin dudas ni condiciones, su título internacional en Pobreza Latinoamericana. Alguna vez, en su historia de exiliado, había recorrido las frías salas de una universidad de Europa del este, superpoblada de tercermundistas perseguidos y más de alguno alcanzado, tras el esquivo pasaporte de tener un título universitario. Incluso, un diploma de ellos logró estar enmarcado en las muchas paredes de sus muchas casas europeas esperando poner en práctica sus académicos conocimientos. Con recias letras y en alemán severo se podía leer así: “Diplomado Internacional en Pobreza y Determinismo Económico Materialista Histórico, Universidad Karl Marx de Alemania Oriental”. Cuando volvió a Chile, con el retorno de la democracia, el certificado se convirtió otra vez en un inútil poster de adorno. El muro de Berlín se había desplomado materialmente en contra o a favor de todas las determinaciones de la historia y sobre su anhelado reconocimiento de estudios y logros superiores. La Universidad y el país se habían trasformado en fantasmas en pena. Cada vez que lo mostraba, se le resbalaba de las manos y para salir del paso, recurría a un tonto antichiste-antipoema: “Es un título imaginario, de una universidad imaginaria, de un país imaginario”. Ahora, un instituto centroamericano, avalado por una prestigiosa universidad norteamericana, le otorgaba el título a distancia de: “Magister en Pobreza, Marginalidad y Vulnerabilidad”. Ya podría considerarse concretamente un maestro internacional de la miseria.

Respiró con satisfacción, recordó a su ex mujer y el rostro de sorpresiva envidia que pondría cuando le demuestre, con evidencias claras, de que a pesar de lo que le decía, sí era capaz de terminar lo que empezaba. Dudó si la felicidad momentánea la debía a su logro académico, o bien, era una satisfacción infantil, una especie de ¡huichipirichi! para su ex mujer al conseguir su anhelado triunfo estudiantil.

El día se había anunciado como particularmente ajetreado por la fecha que marcaba el calendario: un cinco sonriente y perfecto de un octubre que todavía se mostraba pudoroso de sol. Sin embargo, las tareas asignadas desde más arriba se habían realizado todas, a pesar de las complicaciones iniciales. Dos, de los diez estudiantes en práctica, se habían preocupado de todas las minucias habituales, para eso se les paga pensó. Desde ese momento, su única tarea se había reducido a confeccionar el discurso central, a nombre del gobierno, en un acto que convocaría a muchos en la plaza de la República. Se celebraba la derrota de Pinochet en su propia cancha, pero a él se le atravesaba el rostro imbatible de Miguel Enriquez cada vez que escribía cinco de octubre. Se estaba tardando demasiado tiempo en redactar algo que, más que un discurso, era una bitácora enrevesada de viajes y de regresos. Comenzó relatando las más dolorosas historias propias y ajenas, hasta llegar a confundir la suya con la de otros. Sus manos seguían con el caudal de sudor, las toallas de papel le salían amarillentas y el mouse del computador se le resbalaba como la cola de un pez. El discurso, se había convertido en un cruento relato de batallas y huídas, victorias y derrotas, escenas de lucha y llanto, destierro, encuentros y desencuentros, el retorno, la espera, el miedo y por supuesto la muerte.

-¡Chucha!-Pensó- Este griego fatal lo escribió todo…..la vida no es más que un poema homérico…

Afuera la banda de Guerra, llamada ahora de la Amistad, comenzó a tocar. Bajó sin discurso y sin glamur alguno. Lo recibieron con aplausos mientras se ubicaba en el palco central de autoridades. La mezcla de sonoridades, entre el Himno Nacional y las palmas de protocolo, le parecieron sirenas alucinantes. No le preocupaba tener nada que decir a la hora de enfrentar al público, lo que lo atormentaba, era que ninguna Penélope lo esperaba a la vuelta de tan largo día.

 
LA MARILOLY


(Kiltros, Pentagrama Editores, 2010)

“blanca niña de cabellos rojos, cuyas ropas por los agujeros, dejan ver la pobreza y la belleza”

Charles Baudelaire



…..Y borrachos sarnosos te perseguían para sobajearte, amarte ahí mismo, detrás de un baño, detrás de los árboles, entre medio de los botes….y tú no pedías nada a cambio, ni amor eterno, ni matrimonio, ni dinero, ni especies, ni certificado de sanidad, ni que guardaran el secreto. Nada, salvo un pedazo de pan.

…Y porque te hacían rueda en las ramadas para que bailaras cumbia, hecha una Salomé moquillenta, una odalisca sagrada en un palacio de barro y aserrín….y porque las palmas te pedían otra y otra…y tu sólo pedías otro pedazo de pan.

…..Y porque eras pelirroja, como una alcachofa ardiente, pequeña y altanera como una Ofelia nerviosa, llena de lunares estrellados que los machos descoloridos te arrancaban a mordiscos, llena de dulces en los bolsillos para compartirlos con los gatos.

….Y te volviste loca y dabas alaridos, te cortabas con Gillette la nervadura rosada de tus brazos floridos….y echaron a correr que la colorina se comía los muertos del cementerio cuando en realidad sólo quería que le dieran un pedazo de pan…

…..Y a cambio de que tu cuerpo se hiciera harapos, una noche, una algarabía de vagos hambrientos como perros, te partieron el cráneo a piedrazos, te hicieron desaparecer apareciendo en una alcantarilla, destruida de cabeza y vientre…. Tu sangre fue una bandera de hilachas entre los rizos de tu cabello encarnado… todo eso porque un día, como una elevación, ya no quisiste otro pedazo de pan.




Las Alitas Caídas.



(De Historias Bellacas, Pentagrama Editores 2008)


Nadie imaginó que su baile coquetón, arriba del ring, era una danza de conquista. Nadie pensó siquiera, que su mano derecha fuerte también podía acariciar los mentones y los hombros sangrantes. Nunca pensaron, que el Número uno de los guantes de oro, que el Paladín de los sudamericanos, al que no le pegó nadie ni en el cuadrilátero ni en la esquina, el que se zumbaba a quien quería, al que no le quedó títere con cabeza en Los Lagos y sus alrededores, volvería de Santiago muerto y vestido de mujer.

Porque ¿cómo conjugar su título de campeón de box con su clandestino hábito de irse a Santiago a revolotear de mariposa nocturna? Difícil era figurarlo frágil y lechuguino, si todas las veces hacía rodar por el suelo a cuanto macho de pelo en pecho que se le ponía por delante. Cuando la copucha se repartió entre los intersticios del pueblo nadie la creyó. Si estaba “entrenando” decían en San Miguel, si “cuida autos” decían en la Cisterna, si era “Sereno” en Conchalí, si era “Junior” en Macul, si es “Copero” en Maipú. Hasta que llegó “muerto no más” por una cuchillada nocturna y traicionera que no pudo esquivar con las fintas de sus mejores noches, porque la Pasta Base y los zapatos de taco alto le entorpecieron su famoso baile de gorrión.

Ahí estaba ahora, en la vitrina de los muertos, cubriendo su palidez inerte con colorete. Su franco pelo duro se había trastornado en una brillante peluca rubia, el protector bucal lo había reemplazado por un lápiz labial escarlata, sus pestañas de indio eran ahora crespas y largas agujitas azabache. Nadie lo reconoció.

Sólo dos cosas anunciaban que era el campeón: primero, su nariz de aguilucho aporreado estaba en la posición en que la dejan los guantes adversarios y que sus nuevos amigos santiaguinos no pudieron ocultar con mañas de maquillaje. Lo otro, era el cinturón de Campeón Sudamericano, que brillante e inútil estuvo todo el tiempo arriba del féretro y que lo acompañó como única flor en su viaje final hacia la tierra, que lo recibía envuelto en perfumes de mujer y con guantes de boxeador.

La Inefable Juanita Chavez.


(Historias Bellacas, Pentagrama Editores, 2008)

Nunca pude enojarme con la Juanita Chávez. Como enojarse con sus muslos de Alerce, con su frescura de nalca recién cortada cuando llegaba de Chaiten cargada de harina tostada con linaza.

Tampoco me enojé la vez que te encontré en el baño haciéndole un mamón a ese detestable poeta que presentó el Aullido como su obra y te calentaste con él con eso de que.. “hemos perdido lo mejor de mi generación y bla blas”.

Ni siquiera me enojé cuando vomitaste mi chaqueta nueva total era por mi cumpleaños.

Menos me enojé contigo cuando vendiste a tu hijo recién nacido a unos belgas infértiles que te pagaron un par de lucas y tus padres nunca se enteraron en el Chaiten de la distancia de que habían sido abuelos.

¿Como enojarse contigo? Si caíste en cana por guardarle una mochila a unos traficantes rascas y te cargaron dos meses adentro y no gritaste nunca.

Pero si me enojé una vez con la Juanita Chávez. La segunda vez que me pringó y la enfermera se solazó machucando mis blancas nalgas con las certeras cargas de penicilina y no pude dar mi examen por que estaba llorando de dolor y de dudas bajo un árbol y peor aun, pensando en el delicioso durazno de tu entrepierna..........

¿Y por qué no le pregunté al doctor si la gonorrea se pega también por la lengua?


TU TAMBIÉN IQUIQUE.


(Historias Bellacas, Pentagrama Editores 2008)



El dictador ablandó su rudo ceño de mármol. Se le bajó el moño y eso se le notaba en el temblor de sus cejas. Cuando su secretario personal entró con el acta oficial, revisadas más de cien veces por los secretarios de sus secretarios, no quedaba la menor duda.

- También en Iquique ganó el NO mi general.

El dictador se dio una vuelta militar sobre sus tacos italianos fingiendo contemplar la foto de sus nietos en la playa de Santo Domingo. Todos habían sacado sus ojos, pero al verlos sólo uno parecía tener temperamento militar, justo el que llevaba su nombre. Recordó los teléfonos de cada uno de los miembros de la junta y decidió llamarlos urgentemente para que vinieran con sus trajes de guerra, en sus barcos, sus aviones y sus tanques.

De cualquiera lo hubiera esperado pero no de Iquique. Desde que ensayaba sus primeras galas militares y era apenas un generalcito provinciano, siempre pensó vivir su retiro en ese puerto, calentado por el tibio sol de una digna jubilación y el cariño que le profesaban los iquiqueños antes de que los corvos heroicos se convirtieran en colmillos de presa.

Pero ¿ahora?. Recordó a Julio Cesar mientras se calzaba la boina de combate y salía por la puerta decidido a repetir otra vez la historia.

Al pasar sintió la voz de su mujer que le dijo:

- ¡Ven a tomarte tus remedios oye! Acuérdate que mañana comemos con los niños, déjate de tonterías, cuando la oposición gobierne seguro le devuelven Iquique a los peruanos, ellos nunca han sido chilenos.

- Bueno viejita- Rezongó.

Ahora viejo se le bajó el moño al general. Ya no estaba para grandes jornadas, lo notó por que las lagrimas rodaron sin dificultad por sus arrugas y la voz con que cuadraba regimientos enteros se le atragantó en un carraspeo que nadie escuchó, sólo él.














Comentarios

Kais Kenneth dijo…
estan buenos los textos, sólo que algunos cuesta bastante leerlos, la letra es muy chica.

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