CRÓNICAS DE UN NAMPULKAFE RETIRADO : PICHI NÜTRAM III (gracias a mí la Pequeña Gigante pudo caminar por Santiago)

CRÓNICAS DE UN
NAMPULKAFE RETIRADO.
Por Javier Milanca Olivares
MI GRAN APORTE A LA CULTURA
MUNDIAL (O como gracias a mÍ la Pequeña
Gigante pudo caminar por Santiago)
Cuando uno es cantante nocturno
en Valparaíso sabe cuando y como sale de
su casa pero no sabe cuándo y cómo volverá. Las noches son engañósamente
iguales, mucho ruido, mucha gente pero nunca se repiten. Y así una noche
aparecieron por la puerta del Valparaíso Eterno una comparsa de locos
dispuestos a la mejor fiesta. Eran muchos, africanos y gringos haciéndose notar
desde lejos. El que más llamaba la atención era un gringo grande, que parecía
ser el líder, vestido de colores de carnaval y lentes sicodélicos que se iba cambiando
a medida que trascurría la noche. Agobiados por gran presencia, el Neco
dueño del local, nos pidió que todos atendiéramos a los distinguidos
invitados. Yo pronto, como buen
anfitrión, me hice amigo de un actor travesti, la entrañable Ramonnet, que era
de los pocos que hablaba algo de español y nos pusimos a beber con euforia
amateur yo, y ella a beber y a drogarse como solo un francés reventado sabe hacerlo,
con euforia profesional. En el calor de
la noche supimos que eran nada menos que el elenco de la célebre compañía mundial Royal de Luxe de Francia y que andaban mostrando
por aquella época una obra teatral con actores y actoras negros de Burkina Faso,
entre ellas, y aquí viene lo importante venía una actriz de espeluznante
belleza, negra como el asfalto, negra como la cueva de un lobo, y hermosa como
el nacimiento de una ballena, que los traía a todos muertos
de amor y de sufrimiento. Ramonnet tuvo
la precaución de advertirme que su belleza era tan insoportable que
quien se atreviera a mirarla a los ojos producía, en el insolente, unos
terribles escalofríos de vida que solo encontraban la paz al pensar en el suicidio. Esa noche no la trajeron pues
querían evitar los estragos que se presencia provocaba. Es que su belleza era
de tal magnitud que muchos en su aldea de Uagadugú (capital de Burkina Faso)
habían perdido la razón y peor aún, dicen que después de contemplarla desnuda
se habían ido corriendo por la sabana extraviados en el
delirio o habían caído presa de los animales salvajes o bajo la metralla
o el machete de algún bando en alguna de
sus tantas guerras tribales. Mi amigo pronto también me contó que habían pasado dos cosas extrañas. Uno, que la actriz se
había enredado de amores con el director
de la compañía, el carismático y borracho Jean Luc Courcoult, (pronto para mi
fue Juan Lucho no más) desde que se inició el viaje, y que además nadie sabía
el paradero de dos tramoyas. Con la chispeza
sutil de quien vive al día y la curiosidad de gato pronto a morir, me ofrecí de
tramoya reemplazante para así poder conocer a la Negra de los misterios. Quedé
contratado de inmediato esa noche, y al
otro día me fui al lugar donde se
preparaba la puesta en escena de la novedosa obra circense, genial como todas
las de mi, ahora amigo, el director de los lentes de loco el divertido Juan Lucho. Claro que en vez de cargar
pesadas estructuras de fierro me dediqué más a cantar unas bellísimas canciones
con un grupo de músicos negros como la Pez. Yo no hablaba un carajo de Mosi (dialecto de ellos) y ellos no hablaban un carajo de
castellano (dialecto mío) pero nos divertía que todas las canciones fueran con las mismas notas. Les enseñé Valparaíso
del Gitano Rodríguez y le pusieron unos deliciosos tambores y marimbas. Hasta
los días de hoy me lamento de no haber tenido
como grabar esa única y bellísima
versión. Y bueno, en el mejor momento musical, nos hace callar una imprevista
ráfaga de un extraño viento, acompañada
de un silencio de pre-temblor que nos
dejó atónitos y pasmados, desde una esquina, aparece como flotando la faraona africana más hermosa que habían
visto estos ahora condenados ojos. Los negros aullaron en su lengua y se
pusieron a llorar todos juntos. Sin duda se detuvo el mundo en ese instante cuando ella decidió
salir de su habitación a iluminarnos con su espeluznante belleza, a entibiar el
aire con sus caderas de ébano mortal y sobre todo sus embrujantes ojos de
crueldad asesina. Caminaba como una pantera somalí de consistencia humana y
venía a escuchar la canción. Pude sentir su aliento de leoparda oscura en mis
espaldas, tan de cerca, que me devolví a
mirarla presintiendo que sería peligrosísimo. Cuando la miré a los ojos, vi en
su amarillar los parpadeos coquetos del
fin y sin quererlo me puse a reflexionar en mis proyectos no realizados, en la liviandad
de la existencia humana, en las injusticias del mundo, en los amores perdidos
por webón y todo eso me nubló los ojos y
un vértigo de deliciosa muerte se
apoderó de mis pensamientos, sin mentir sentí unos enormes deseos de matarme
ahí mismo delante de ella, tirándome a los camiones en la carretera como lo han
hecho muchos de mis amigos de Los Lagos
o lanzándome a la carrera desde la Piedra Feliz….pero no…logré reincorporarme, seguí
cantando o llorando con el grupo y mientras cantaba pensaba en que la mujer
había conseguido hacerme pensar en el suicidio tal y como había previsto mi
amigo travesti Ramonnet.
Esa misma noche volví al Valparaíso
eterno a cantar. En medio del desbarajuste que siempre se armaba apareció de
nuevo la blanquinegra compañía de
teatro, con el jolgorio de noche de fiesta, dispuestos a su última parranda en
Chile y con ellos mi amiga travesti más carnavalesca que nunca. Brindamos a destajo por ser la última
junto a mi gran amigo Juan Lucho le acometimos a una extraña mezcla de
chorrillanas con ron. De pronto Juan Lucho se puso depre, nostálgico y un
rictus color ceniza se apoderó de su cara y sus lentes sicodélicos. Ramonnet se
preocupó y quiso sacar al enorme director a una ventana a que le diera el aire,
se notaba que no era descompostura de cuerpo, sino del corazón. Al rato comenzó
a cantar un lamento en francés, Ramonnet se aburrió del frio y porque también tenía
sus intereses en más de alguna de las negras pieles que abundaban en la
compañía, así es que quedé solo en el balcón con el afamado director que
parecía más muerto que vivo. De pronto se reincorpora y con gran fuerza grita
que ya no puede más de amor por la caprichosa africana, y convulso casi agónico
caprí se finí como Herve Villard se lanzó suicidamente desde el balcón. No sé
de donde saqué fuerzas y agilidad pero pude atajarlo en el aire desde sus
siempre húmedas axilas, mi espalda crujió como un chicotazo al detener su caída,
milagrosamente por esas cosas que algunos atribuyen a dios pero que yo
atribuyo a kuea de gringo nada más. Grité que me
ayudaran, pero todos estaban en la fiesta, mis manos cedían al peso ya no darían
más aguantando a ese saco de arena francés flotando en el aire. Sin embargo Juan
Lucho reía, reía a gritos ahí colgando. La imagen era algo así como un
titiritero con bastante ron en el cuerpo sosteniendo una pesada marioneta de
carne ebria a punto de deslomarse contra las baldosas dos pisos más abajo. En buen
momento Ramonnet ve todo, pide ayuda a dos fortachones negros y entre los
cuatro subimos a Juan Lucho que no paraba de reír. Luego más calmo me buscó
entre la multitud mientras yo trataba de ponerme algunas compresas en mi
cintura por el tirón de elástico que tuve que soportar y me
agradeció en el alma que le salvara la vida pero más me agradeció otra cosa
pues mientras colgaba en el aire como una marioneta vislumbró su próxima obra,
imaginó que una marioneta gigante como él recorriera las calles tirado por
cordeles humanos justo como yo lo estaba haciendo, me daba las gracias a nombre
de su compañía y a nombre de la cultura mundial. Me regaló una botella de ron y
me dijo que vaya al otro día a verlo.
Fui adolorido y con tremenda
caña, Juan Lucho estaba exultante, volvimos a tomar ron mientras me mostraba
dibujos de una muñeca enorme y me contaba de pasada que había olvidado los
encantos de la negra y que solo en homenaje a ella había creado una historia en
donde una niña gigante buscaría a un rinoceronte africano también gigante. Luego
hubo más ron parece.
Con el tiempo olvidé esa historia
y la confundí con otras de las irrepetibles noches del puerto pero con dolor de
espaldas la recordé cuando años después volvió la compañía a mostrar en Chile
la pequeña gigante. Lo que si recuerdo de esa tarde es que de pronto apareció
la africana más divina y asesina que nunca, bebió con nosotros Ron como si
fuera agua, me pidió que le enseñara la canción de Valparaíso y nos fuimos a
cantar en un rincón con una botella gentileza del francés y lo que sigue no lo
contaré ni escribiré jamás por que los borrachos al igual que los caballeros no
tenemos ninguna memoria.
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