COMENTARIO DEL LIBRO DE MARÍA JOSÉ RIVERA: EVA Y SU CUADERNO DE GESTOS

EVA Y SU CUADERNO DE GESTOS.
De María José Rivera. Coquimbo 1978
Una hoja
(hoja en blanco u hoja de parra) es demasiado pequeña para una mujer.
Dicen que las mujeres suspiran y cuando suspiran,
nadie sabe cómo, cuándo y dónde; y ahí se ordenan los mundos que los hombres de
esta era no podemos ver, o tal vez, no nos enseñaron a ver. Y cuando una mujer
escribe lo hace por todas: las mariposas, las perras, las hormigas las yeguas, las
perdidas y las encontradas, las santas y las putas, las sabias y las muy sabias,
las brujas y las súper brujas.
Bien
lo sabe María José Rivera, que llegó al mundo precedida de espectros y de magia
en Chuquicamata y luego llamada por el mar se avecinda en Coquimbo, escribe y
gesticula este libro de poemas.
Sin
caer en las categorías de extraño rigor, sin repetir consignas, sin querer
resumirlas en una palabra quiero presentar este libro. En este poemario se
sufre siendo mujer, se disfruta siendo mujer, se pueden acercar todos a la
rotunda plenitud de ser mujer. Hayamos también el climax perenne de ser mujer,
y sobre todo esa gracia bendita de verse naciendo así misma a cada rato, en
cada sangramiento mensual o mejor dicho en cada periodo lunar. Las mujeres Mapuche
llaman a la menstruación Kuyen, o sea Luna y dicen: estoy con mi Kuyen, que por
supuesto es mejor y más poético que decir estoy “Enferma” o “Indispuesta”.
Sorprende
y gusta que aparezcan dos mujeres. La una, (que como dije son muchas) la
abanderada, la feminista de trinchera, la que golpea las puertas del mismo dios
condenándolo y expulsándolo, en este libro es ella la que se siente insultada,
por dejarla reducida a una Eva y exige alterar el orden de la creación. Se
vislumbra la pobladora choriza, la dirigente hastiada, la esposa parada en la
hilacha, la rebelde iconoclasta, la rockera de uñas y labios negros, la bruja
de los cuentos y de la esquina, la intelectual a punto de ser lapidada y la
poeta que se venga por la muerte de Hipatía con las mismísimas piedras del
gineceo:
“Eva
fiel reflejo de su padre
Y no
de Adán ni menos de su costilla,
Infinita
repite su gesto paridor
Su
ineludible condición de útero
En
divina semejanza con su todo”
Y la otra mujer es una niña. Tímida de rebelarse a sí misma,
que dice estar dormida u obligadamente dormida por el abyecto patriarcalismo
capitalista, que las prefiere dormidas pero atentas, sumisas pero trabajadoras,
ardientes pero decentes, santas sacrificadas y otras aberraciones por el estilo.
(Ahora pienso que mal cuento infantil es ese de “La Bella Durmiente”, deberían
prohibirlo, pero no estoy de acuerdo con prohibir libros, cuando menos que se
le cambie el nombre o que lleve una
buena explicación inicial). Pero no es niña por ser joven, es niña porque vuelve a nacer, en
movimiento perpetuo, se mueve en espiral, como una serpiente sagrada o como una
molécula de ADN. En realidad es la misma mujer con miedo a autodescubrirse, con
miedo a elevarse pero finalmente con dolor,
con esa sentencia de sufrimiento que no es tal, sino que es otra forma de
plenitud urgente, vuela.
“El
que nunca fue padre de su carne
Ronca
desnudo y borracho su silencio
La
niña no quiere despertar
Le
duela una mujer entre las piernas”
¿Y qué hay de una papisa, de una diableza, de una
diosa o de Lilit la primera divorciada? Enfrentadas al anonimato se confinan en
los suspiros (aire). Excepto cuando paren o hacen el amor, combustión de mujer
(fuego). Enfrentadas a la violencia no se doblegan se agrandan, amamantan,
lloran (agua). Puestas en la angustia de la vida o de la muerte son sus carnes
o su placenta la que se estremece (tierra).
“Sigo aquí
Oscura
Impalpable
De cubito dorsal
Oliendo mis rodillas
A punto de irme útero adentro
Con la secreta intención
De desaparecer”
Y en el desparpajo final, en ese instante de desagravio
hacia los poetas machos, los pablos, uno rojo y el otro anciano, que se
cantaron a sí mismos y a sus convicciones, aparece con un ritmo de notable
paráfrasis “Walking Around II”, desacralizando el absoluto varonil, exigiendo una perpetua armonía desde lo
femenino sin el cual ningún poema podría estar completo:
“Sucede
que me canso de ser hembra
Sin
embargo sería maravilloso
Incendiar
el verbo absoluto con el fuego de mis sangres
O
acabar de un golpe con el yugo miserable de mi falda”
Sin duda sorprende y gratifica que en la región se haga esta
poesía. La Región de Coquimbo hace tiempo que viene haciendo un ruidillo
interesante, conocido para los provincianos, sorprendente para los capitalinos
y este libro viene a ratificar mi pequeña perorata resentida margino
-.provincialista. Más aún, cuando de suyo este registro alza la voz desde el
femenino, por ello es un texto sin culpas, que incita morder la manzana de un
poemar intenso. Estoy exigiendo, con argumentos poéticos en mano, que el
“Canon” nacional reconozca lo que se hace en regiones, a veces con más maestría
que en el centro. La poesía en Chile se engrandece a las afueras, se mueve con
fuerza centrífuga y punto.
Invito
entonces finalmente, a entrar al cáliz de este libro, a su sangre vertida en letras, invito a
completar el círculo para que estos códigos de mujer no hayan cantado en vano.
O como dicen ellas ente ellas, nunca hablan por hablar, menos escriben por
escribir, y si se entregan al silencio, le quedan sus gestos para expresarse,
esos gestos heredados de Eva.
Javier
Milanca
Escritor
y Poeta

MARÍA JOSÉ RIVERA, POETA
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